Cuando hablamos de arquitectura mexicana, definitivamente tenemos en la mente algo. Un conjunto de imágenes, lenguajes, prácticas, y una ética de trabajo, una mística y una actitud ante la profesión que es posible identificar. Es complicado, pero casi podemos poner nuestro dedo en ello. Cuando leemos un artículo en una revista o blog extranjero, podemos ver que, en efecto, existe una manera en el mundo de ver la arquitectura en México. Los arquitectos del mundo, y los arquitectos mexicanos, han llegado a sus propias conclusiones acerca de la arquitectura mexicana. Casi podemos decir que la arquitectura mexicana tiene una identidad.
Tratando de definir esta identidad, podemos identificar ciertos patrones que se repiten. Podemos ver a la arquitectura mexicana como la gran materialidad monumental del modernismo del siglo XX. En ciudad universitaria, o en el conjunto de Nonoalco Tlatelolco encontramos ejemplos de las aportaciones de la arquitectura mexicana al discurso y movimiento moderno. Es en el siglo XX donde la identidad de nuestra arquitectura actual es forjada como herencia de los grandes maestros de la arquitectura funcionalista. Hoy en día el discurso arquitectónico y el trabajo de arquitectos y despachos notables sigue esta tradición material iniciada hace más de 80 años. No es coincidencia que podemos entender la arquitectura de Mauricio Rocha al lado de la arquitectura de Juan O Gorman, o de Luis Barragán. No estamos comparándolos, sólo estamos apuntando a que ambos son ejemplos notables y tienen cierta “mexicanidad” que es identificable y causa de tal vez su mayor logro y atractivo. No es tarea fácil capturar las complejidades de la cultura e historia mexicanas, pero sin duda podemos entender estas arquitecturas como ligadas a ellas.
Esta identidad, en el contexto contemporáneo, no se encuentra cercana a la tradición prehispánica de los pueblos originarios de nuestro país. Más bien, se encuentra en un proyecto de nación y una historia política y social del siglo XX que rara vez estudiamos y tomamos en cuenta como parte de nuestra identidad. Lo primero que vemos es el siglo XX, y los grandes arquitectos modernistas como asociados al estado, al gobierno y a un proyecto colectivo. La identidad de la arquitectura mexicana está íntimamente ligada a la identidad del mexicano contemporáneo, y esta identidad se construye a partir de un discurso cultural notable por su rareza. La torre de rectoría de Ciudad Universitaria es un ícono de la arquitectura moderna y funcionalista, pero su decoración denota un proceso mucho más profundo culturalmente hablando. La decoración en este edificio muestra al personaje del mestizo como el motor de la vida cultural y social. El mestizo, el concepto del indio que no es completamente indio y que no es completamente europeo, que es huérfano porque no es de aquí ni de allá, es la identidad que el estado del siglo XX conforma como la nueva manera de entenderse mexicano. Hay otro lugar que demuestra esta identidad. La plaza de las tres culturas, en el conjunto urbano Nonoalco Tlatelolco, un lugar donde convive lo originario, lo colonialista, y lo moderno. Esta identidad es una construcción que surge desde el siglo XX como respuesta a un mundo cambiante y como manera de establecer la relación del mexicano con su entorno, para hacer sentido de su pasado, y formar su futuro y darle un presente.
Lo primero que podemos decir es que uno de los frentes culturales donde se construye esta identidad es en las escuelas mexicanas de arquitectura. México es un país que tiene más escuelas de arquitectura que España, por ejemplo, o Francia. Es curioso que a pesar de que tenemos una tradición de arquitectura y práctica mexicana, es complicado hablar de una tradición educativa. Mientras que la arquitectura mexicana como corpus de obras tiene características y patrones identificables, la academia y la manera de formar arquitectos no necesariamente comparte la misma cohesión. Pero si la arquitectura mexicana es algo que podemos identificar, ¿no tendría sus orígenes en los centros donde se forman arquitectos? La educación arquitectónica en México se construye mayoritariamente desde el taller de proyectos, esta modalidad educativa donde el profesor guía un proceso de diseño. Sin embargo, rara vez vemos en este taller una propuesta metodológica innovadora o experimental, mucho menos especulativa. En el taller de proyectos, el profesor mexicano se limita a trazar el terreno y definir el programa, dejando al estudiante la tarea de proponer el concepto, la metodología, o la dirección del trabajo. En el proceso, se refuerzan conceptos y prejuicios que forman y determinan el ejercicio, dando mayor peso a aspectos prácticos y funcionales y rara vez potenciando procesos especulativos o experimentales derivados de un posicionamiento teórico crítico ante la práctica o el discurso arquitectónico contemporáneo.
Cuando en las escuelas de arquitectura hoy en día un estudiante interactúa con su profesor en el taller de proyectos, podemos ver esta identidad en juego en muchos aspectos. Uno de los principales aspectos es la manera en la que existe un ideal y un objetivo al cuál llegar. Podemos decir que en la mayoría de los casos estudiante y profesor tienen este ideal de arquitectura moderna mexicana como el objetivo y el punto final preconcebido.
Es por esto por lo que la identidad de la arquitectura mexicana no sólo se traza al siglo XX mexicano, sino que también se sigue construyendo desde las instituciones académicas. Es en la academia donde vemos la persecución de esta identidad como un proceso subyacente. Ahí está. En todo momento, los fantasmas de Barragán, de Pani y otros, alimentan los deseos de los jóvenes y conforman sus ideas, excluyendo otras visiones y otros discursos en el proceso.
Tal vez hoy en día esta persecución por pertenecer no sea la única manera de llevar la profesión hacia adelante. La arquitectura globalmente ha mostrado avances notables en el campo tecnológico, y los arquitectos mexicanos han adoptado estos cambios casi por completo. Hoy, se producen proyectos ejecutivos en tiempos récord, impensables hace tiempo, pero fuera de la obvia optimización en los tiempos de producción, tal vez podemos decir que la tecnología digital en la arquitectura mexicana es una caja negra. Usamos la herramienta del siglo XXI para producir la arquitectura del siglo XX. El discurso contemporáneo en la arquitectura mexicana tiende a evitar teorizar acerca de la tecnología. No es nuestro fuerte, así que no hablamos de ello. Normalmente asociamos la tecnología, y sobre todo la tecnología digital y lo que se puede lograr con su correcto uso con lo extranjero, con arquitectura que no aplica para nuestro país y que por ende no debe de ser estudiada.
Pensemos por un momento en un estudiante de arquitectura hoy en día interesado en la arquitectura de Greg Lynn o Frank Gehry, por hablar de otros referentes más cercanos a nuestra época, y con un impacto global. Este estudiante, probablemente no domina las herramientas digitales para producir la arquitectura que imagina o que quiere emular. Debido a esto, entrega en su taller de proyectos un torpe intento que poco interpreta de la arquitectura que le interesa. El profesor, al ver el trabajo, concluye que este estudiante está intentando copiar algo que no entiende, y le califica de una manera exigente, probablemente hasta repruebe. Probablemente argumente que la arquitectura en México no necesita estos extranjerismos o que eso es para otros lugares, o que es muy caro hacerlo. Algún argumento habrá siempre para volver a ceñir el talento del estudiante al cinturón de la arquitectura mexicana.
Es aquí donde la identidad del arquitecto mexicano es su propia traba. El arquitecto mexicano no puede aceptar por completo a la tecnología o el discurso tecnológico en la arquitectura o lo que deriva de la relación entre el diseñador y la tecnología. Aceptarlo por completo es saberse conquistado por una cultura extranjera nuevamente y aún más huérfano. Si acepta por completo la tecnología, pierde su identidad. El mestizo que hay en él se vuelve a conquistar por una cultura extraña y ajena que no es la suya. Por ende, el arquitecto mexicano decide quedarse en su zona de confort, en donde Barragán sigue siendo ley y los muros siguen siendo verticales. Donde está seguro y donde sabe que estará contento.
El problema de la identidad ahora se convierte en un lastre para la innovación, pues es la misma identidad la que impide voltear hacia otras disciplinas, otros países, otras metodologías y otros fantasmas. Volviendo a nuestro ejemplo del estudiante precoz. Un argumento en su contra es que no domina las herramientas digitales para modelar con precisión sus ideas. Seguramente no conoce las herramientas avanzadas de diseño paramétrico o principios fundamentales de geometría computacional, scripting y demás tecnologías que podrían hacer sus ideas realidad. Esto no es culpa del estudiante, es culpa de su academia, de todos nosotros. En México, no sólo no producimos tecnología nueva, sino que adoptarla para nosotros es un proceso que lleva años. No adoptamos tecnología, y cuando lo hacemos, lo hacemos en un ritmo tortuga. Debido a esta lentitud en la adopción de tecnología nueva, que no sólo es único a nuestro país pero que también se exacerba en el institucional mundo académico, existe un vacío educativo acerca de las técnicas, teorías y modelos de pensamiento que permiten y fundamentan la innovación tecnológica. Este vacío educativo es llenado hoy en el internet por workshops, cursos masivos en línea, y un número casi interminable tutoriales en canales de streaming para poder hacer tal o cual técnica de diseño computacional. Estos modelos educativos, que cada vez más están siendo adoptados por las instituciones, están realmente llenando el vacío que está quedando en las universidades y escuelas. Esto no es un fenómeno limitado al ámbito mexicano; tal vez por falta de personal calificado, o por falta de interés, o prejuicios y mitos de lo digital que las escuelas de arquitectura en el mundo no están ofreciendo el marco teórico y práctico que el estudiante quiere aprender. Sin embargo, en México, este efecto se exacerba por la incompatibilidad entre la tecnología digital, y la identidad del arquitecto mexicano.
Esto nos pone en el papel del profesor de nuestro amigo estudiante. Muy probablemente su profesor no tiene las herramientas o no tiene los conocimientos para hablar e interpretar la arquitectura que nuestro estudiante está queriendo lograr. Para él es tan extraña como si fuera de Marte, y por ende su arquitectura no puede funcionar en nuestro país. Aquí la arquitectura se trata del material, de la honestidad del material, de la negación del ornamento como mantra y del monumentalismo escrito en español mexicano. Para el profesor del taller de proyectos, la realidad es que no hay mucho interés por leer arquitectura que no esté escrita en un lenguaje legible por él. Es decir, nuestro profesor sólo puede leer arquitectura mexicana y cuando el estudiante se interesa por otra visión, esta pulsión es cortada de tajo como algo extraño.
Y aquí es donde mi argumento se establece. Debemos de dejar de intentar construir una identidad en la academia. Debemos de dejar de proscribir otras visiones de la arquitectura. No podemos hablar de la arquitectura mexicana en el contexto digital tecnológico porque nuestra misma identidad descarta la posibilidad de abrazar la tecnología como parte fundamental de la arquitectura. La tecnología es parte fundamental de la arquitectura, ligada desde sus inicios al ingenio y conocimiento, la arquitectura ha avanzado siempre a través de la tecnología, y los arquitectos mexicanos estamos dejando ir la oportunidad de experimentar y adaptar nuestro lenguaje a nuevas metodologías y modos de pensar. La computación y lo digital en arquitectura se han convertido en tema tabú sin siquiera generar un shock o un efecto adverso palpable, tan sólo por el prejuicio y por la vehemente veneración a una identidad anacrónica y nostálgica. En el momento en el que la identidad se convierte en el eje rector de la práctica arquitectónica, estamos hablando de estilo, y cuando juzgamos la arquitectura desde el estilo se convierte en una conversación yerma, pues la norma y el tipo se convierte en el estándar, y no se puede juzgar a la arquitectura desde sus características internas o independientemente de nuestros prejuicios, y eso es un punto peligroso.
La tradición constructiva mexicana es rica y variada, pero queda siempre un sentimiento de que estamos perpetuando un leguaje que es obsoleto y que no puede mas crear copias de sí mismo sin control, auto replicándose y auto agrandándose como la única manera de construir en nuestro país. Es momento de pensar en cómo darle un reboot a nuestra identidad como arquitectos mexicanos desde la academia.
Acerca del Autor:
Rodrigo Shiordia López nació en la Ciudad de México en 1985. Es Arquitecto titulado por la Universidad Iberoamericana. Como estudiante fue ganador de concursos estudiantiles como el Concurso de Vivienda Emergente convocado por la Universidad Iberoamericana, presentado en la Expo CIHAC 2009. También fue ganador del Concurso para el Albergue Alpino Xinantécatl en 2010, convocado por un particular.
Ha trabajado en varias firmas de Arquitectos en México, como Taller de Diseño Ecológico, Liceaga Covarrubias Consultores y José Vigil Arquitectos. Desde 2007 ha participado en diversos proyectos residenciales y urbanos en diferentes lugares de México.
En 2012, fue beneficiario de una beca Fulbright García-Robles y una beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología para sus estudios de Maestría en Arquitectura por parte de la Universidad del Sur de California, de la cual se graduó con honores. En la misma Universidad, participó como Investigador y docente. Su proyecto de Tesis para esta maestría fue expuesto en la conferencia anual de innovación, organizada por la revista Architectural Record, en Los Ángeles en mayo del 2014.
Ha publicado varios trabajos de investigación en congresos y conferencias especializadas como el Simposio para la Simulación en Arquitectura y Diseño Urbano (SimAUD), el congreso de la Association for Computer Aided Design in Architecture (ACADIA) y su contraparte latinoamericano, el Simposio de Gráfica Digital (SiGRaDi) con proyectos experimentales de programación computacional y arquitectura. Fue expositor en la Mini Maker Faire de Oaxaca en 2014, la primera feria de hacedores en México, con el proyecto Feathered Inversions, mismo que fue expuesto también en el Festival de Arte Digital MOD en Guadalajara en 2014.
Ha sido profesor en diversas universidades de la Ciudad de Mexico y actualmente vive y trabaja en la Ciudad de México, donde colabora con otros despachos y con clientes privados. En 2018 asumió la coordinación del programa de Maestría en Arquitectura y Fabricación Digital de la Universidad Anáhuac México. Su investigación actual tiene que ver con la intersección entre arquitectura, computación, la tecnología y el arte.